Haciendas


A partir de 1543, se empiezan a repartir las tierras
por órdenes del rey a los primeros españoles que poblaron Yucatán y comenzaron
a recibir así, los frutos de las encomiendas, pero el bajo rendimiento de las
mismas los impulsa a establecer "estancias" en aquellos rústicos
terrenos que les habían entregado.


Las estancias fueron solicitadas para llevar a cabo la
producción ganadera que era muy rentable y necesitaba poca mano de obra. Así,
paralelamente a las encomiendas, que eran instituciones diferentes, y al
iniciarse un incremento en la población tanto indígena como española, surgen
las típicas estancias de ganado vacuno, caballar o porcino que al cabo de los
siglos, ya extendidas por toda el área peninsular, habrían de empezar a
trabajar la fibra de la planta del henequén y a explotarla a gran escala,
logrando con ello un negocio altamente redituable que rápidamente dio sus
frutos.


El henequén creó un escenario completamente nuevo que
abarcaba el paisaje y los edificios de la hacienda, incluyendo las viviendas de
los trabajadores. Fue un mundo de imágenes moderno, contradictorio y vasto. La
casa principal expresaba la presencia del hacendado; la casa de máquinas,
concebida muchas veces como un verdadero templo o palacio del trabajo; la
iglesia o capilla como parte de la casa principal; las casas de los
trabajadores, modernas también, de mampostería y teja ubicaban al peón en el
nuevo mundo apropiado por el hacendado, que abarcaba todo el territorio
visible.


A mediados de 1940, cuando se inventaron los hilos
sintéticos, la industria del henequén cayó abruptamente y con ello, el
esplendor de las haciendas. El asesinato oficial de esta industria agrícola,
que en el pasado fuera ejemplo de eficiencia y productividad en México y hasta
en el extranjero, ha ocasionado el deterioro progresivo de este tesoro
histórico.


Por fortuna, algunos cascos de haciendas condenados a
convertirse en escombros, han podido recobrar su auge y esplendor, al ser
adquiridos por personas de gran sensibilidad y amantes de su cultura regional,
que invirtiendo cuantiosas sumas en su restauración, las han convertido en
hoteles, restaurantes, paradores de lujo, museos, casas de campo y recreo o en
centros redituables destinados a eventos sociales.


Hoy resulta interesante caminar por alguna de esas
viejas haciendas, ahora como lugares de perfecta armonía para el descanso, la
reflexión y la meditación, pero sobre todo para ofrecer a los visitantes de
Yucatán experiencias únicas.